Un “nuevo capítulo” en las relaciones entre China y América Latina: ¿avanza Beijing ante el vacío dejado por Washington?
Análisis de Sofia Benavides y Germán Padinger, CNN en Español
El presidente de China Xi Jinping abrió la Cuarta reunión ministerial del Foro China-CELAC el 13 de mayo pasado refiriéndose a la guerra arancelaria impulsada por Donald Trump desde su regreso a la presidencia, aunque sin mencionarlo a él ni a la Casa Blanca: “La intimidación y la coerción solo conducen al aislamiento”.
Ante una audiencia de cancilleres y ministros de Exteriores de América Latina y el Caribe reunidos en Beijing, además de los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro y Gabriel Boric, Xi habló de “las turbulencias geopolíticas y la confrontación entre bloques”, y del “recrudecimiento del unilateralismo y el proteccionismo”.
Tras el anuncio de cinco programas en áreas específicas para la cooperación entre China y la región, el líder chino llamó a construir un nuevo capítulo de las relaciones. “Más allá de cómo cambie la situación internacional, China siempre será un buen amigo y un buen socio”.
Entre los anuncios más relevantes se destaca una línea de crédito de 66.000 millones de yuanes (el equivalente a más de US$ 9.000 millones) y el reforzamiento de la estrategia de la nueva Ruta de la Seda, además del compromiso de importar más productos de calidad (actualmente la relación comercial está fundamentalmente basada en la compra de commodities), y la exención de visado para cinco países —Brasil, Argentina, Chile, Perú y Uruguay—, según confirmó días más tarde el ministerio de Relaciones Exteriores.
El año pasado, el volumen comercial entre China y América Latina superó por primera vez los US$ 500.000 millones. De acuerdo a un reporte de la Cepal, el comercio de bienes de la región con China aumentó del 1,7 % en el año 2000 al 17 % en 2023. Desde 2019, China es el segundo socio comercial de la región, detrás de Estados Unidos.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha sacudido la economía global con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, aunque comenzó durante su primer mandato (2017-2021) con el reconocimiento de que se estaba en la era de la “Great Power Competition” (gran competencia de potencias, en español).
“No se trata de un enfrentamiento exclusivo del plano comercial, sino que también afecta al poder bilateral, e incluso a cuestiones como los vuelos entre ambos países, el cierre de institutos Confucio, el temor al espionaje, etc. EE.UU. comienza a tomar a China como un peso pesado, casi a su mismo nivel”, explica a CNN Enrique Dussel, director del Centro de Estudios China-México y profesor de la UNAM.
Dussel señala dos hitos del 2024. Por primera vez aumentó la participación de las exportaciones mexicanas hacia EE.UU., “pero el mismo año, también por primera vez, más del 20 % de importaciones mexicanas llegaron del país asiático”. Esto implica que Estados Unidos sigue siendo su principal socio comercial, pero que la presencia de China crece, lo que coloca a América Latina —y en particular a México— en una posición difícil.
“Como parte del T-Mec y dada su enorme dependencia de EE.UU., México se ha mostrado cauto a la hora de acercarse a China”, indica Dussel. De hecho, aunque envió una delegación mexicana, Claudia Sheinbaum no asistió a la cumbre en Beijing como sí lo hicieron Lula, Petro y Boric.
El problema, según el analista, es que los productos chinos que llegan a México son importados —en un 70 %— por empresas transnacionales como General Motors, por ejemplo.
“Estamos ante una nueva relación triangular; hay una confrontación entre las dos primeras economías del mundo y terceros países, que tienen que tomar decisiones ante esta confrontación. Esta discusión no se está llevando adelante, y México carece de una agenda estratégica con China”, explicó.
Algo similar explicó a CNN la vicepresidenta del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), Carola Ramón Berjano, quien afirma que el dilema de América Latina no puede resolverse eligiendo a uno u otro. “Tenemos que entablar lazos con los dos, establecer lo que algunos llaman un ‘alineamiento no activo’, que no implica neutralidad ni equidistancia, sino estar más cerca de Estados Unidos en algunos aspectos, y más cerca de China en otros. No politizar todos los vínculos, sino ser más estratégicos”.
Es cierto, sin embargo, que la historia de China en América Latina se ha profundizado a partir de un corrimiento de Estados Unidos, y que esa situación podría profundizarse aún más en el contexto de la guerra arancelaria de Trump.
Gustavo Girado, director del Centro de Investigaciones Sino-Latinoamericano de la UNLa, dijo a CNN que China tiene muy presente su historia a la hora de relacionarse con Occidente: “Para Occidente esto no es así, mucho menos para Latinoamérica, que ‘descubrió’ a China recién en la década del 90”, indicó.
Tras el ‘Siglo de la Humillación’ —como se conoce en China el periodo entre 1839 y 1949 en el que el país fue invadido por potencias occidentales, pero especialmente por Japón— y con el establecimiento de la República Popular China bajo el liderazgo de Mao Zedong, comienzan las relaciones diplomáticas con América Latina en las décadas del 60 y 70.
En la década del 90, China experimenta un salto económico que la acerca a la región, pero es recién con su incorporación a la OMC en 2001 cuando se dispara su vínculo con Occidente, en coincidencia con su periodo de crecimiento más impresionante.
Girado explica que “antes del 2001 China era importante, pero básicamente como un espacio para la fabricación de productos baratos, que aprovechaba una oferta masiva y casi gratuita de mano de obra. Esto comienza en los 80 y se acelera durante los 90”.
Finalmente, con la llegada de Xi Jinping (2012/2013) China comienza un despliegue de sus intereses y valores sobre el resto del mundo.
“En esa última etapa, la retirada de Estados Unidos de la región es un dato, por ejemplo, en términos de inversiones. Y el ingreso de China es otro. Ese cambio coincidió, entre otras cosas, con lo que se llamó el ‘Pivot to Asia’, una política llevada adelante durante la presidencia de Barack Obama (2009-2017), para contrarrestar la influencia de China en Asia”, relata Carola Ramón Berjano.
“Entonces, la región de interés predominante de EE.UU. pasó a ser Asia, y eso coincidió con gobiernos en América Latina que tampoco eran afines EE.UU. Fue un terreno muy fértil para la expansión China”, explica la vicepresidente de CARI.
Desde su lanzamiento por parte de Xi Jinping en 2013, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), también conocida como nueva Ruta de la Seda, ha invertido cientos de miles de millones de dólares en la construcción de puentes, puertos, autopistas, centrales eléctricas y proyectos de telecomunicaciones en Asia, Latinoamérica, África y partes de Europa.
Aclamada por Xi como el “proyecto del siglo”, la BRI se ha convertido en un símbolo evidente del ascenso de China como potencia global, aunque ha despertado suspicacias y no ha estado exenta de críticas.
En 2018, en el marco de la segunda reunión de China-CELAC, China indicó que América Latina era la “extensión natural” de la iniciativa de la Franja y la Ruta, recuerda Ramón Berjano, lo que reforzó el proyecto en la región.
Hasta el momento, 22 países de la región han firmado acuerdos en el marco de la iniciativa. El último de ellos fue Colombia, después de la firma de Petro durante su viaje a Beijing, lo que ha despertado preocupaciones domésticas dado el estrecho vínculo comercial del país con Estados Unidos. El año pasado, Perú inauguró el megapuerto de Chancay, una obra que busca agilizar el comercio entre América y Asia en el marco de la misma iniciativa.
“La Ruta de la Seda es más que una iniciativa de infraestructura, es la gran herramienta de política exterior China”, agregó Ramón Berjano. Según ella, se trata de su forma de proyectar inversiones, pero también cooperación, conectividad, incluso cultura. “Todo eso quedó bajo el paraguas de la Ruta de la Seda”.
Desde la asunción de Trump en enero, una de las características de su gobierno, más allá de la migración y la guerra comercial, ha sido la política de recorte del gasto estatal.
Una de las agencias afectadas por el recorte es la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), encargada de los programas de ayuda humanitaria en el extranjero y pilar del “soft power” estadounidense —por el apoyo a programas culturales y académicos en todo el mundo—. Esto ha llevado a muchos expertos a preguntarse: ¿es este vacío una oportunidad para China?
En el caso de la ayuda humanitaria, la investigadora del think tank estadounidense Brookings, Yun Sun, recuerda que la desplegada por Beijing en el mundo es apenas una fracción de la entregada por Estados Unidos, y que persigue otros objetivos.
“Dada la lenta economía de China y la incertidumbre asociada con el Gobierno de Trump, China no ve la ayuda extranjera como una prioridad en el futuro inmediato”, escribió recientemente.
“La retirada de la ayuda exterior de Estados Unidos dejará a China con mayor peso en un espacio más pequeño, pero eso no significa que China pueda intervenir para llenar el vacío”, agregó.
Gayle E. Smith, exadministradora de USAID, por su parte, dijo en un panel organizado por el Council on Foreign Relations que la situación sí es “ventajosa para China”.
“Una de las razones, menos obvia que otras, es que EE.UU. ha sido un socio confiable durante mucho tiempo, y eso ya no es así, sobre todo dada la rapidez y, francamente, la crueldad con la que se han suspendido algunos de estos programas. Así que creo que eso le da una ventaja a un país que quizá no tenga la reputación como el más confiable, pero que ciertamente no sufre ese tipo de críticas: China”, explicó.
Cuando los miembros del comité de Asuntos Exteriores del Senado de Estados Unidos le preguntaron al secretario de Estado, Marco Rubio, sobre esta posibilidad, dijo: “No hay ninguna prueba de que China tenga la capacidad ni la voluntad de reemplazar a EE.UU. en asistencia humanitaria, entrega de alimentos o asistencia para el desarrollo”.
“Nosotros proporcionamos asistencia para el desarrollo. Ellos crean trampas con deuda, y ese es un punto que hemos repetido una y otra vez en todo el mundo”, agregó.
Con todo, Xi ha dedicado uno de los pilares de cooperación con Latinoamérica a este tema, al anunciar la semana pasada 3.500 nuevas becas gubernamentales, 10.000 oportunidades de formación, 500 becas de idioma chino y 300 oportunidades de formación para la reducción de la pobreza, entre otras iniciativas que también incluyen la difusión del cine, la televisión y el turismo.
En el centro de la guerra comercial desatada por Trump contra China y los intentos de la Casa Blanca de alcanzar el “desacoplamiento” —es decir, desarmar la interdependencia económica entre ambos países construida a partir de la década de 1980— se encuentra lo que Washington considera una amenaza a su seguridad nacional por parte de Beijing.
“La seguridad nacional de Estados Unidos es el concepto supremo en la relación de EE.UU. con o contra China. Tratados de libre comercio, temas culturales, temas tecnológicos, y cientos de temas más, todo queda supeditado a la seguridad nacional”, consideró Dussel.
Pero ¿es China una amenaza para la seguridad de América Latina? Eso dice Estados Unidos, que al menos desde el siglo XIX, con el inicio de la Doctrina Monroe, considera a la región como su “patrio trasero”.
Así, como respuesta al anuncio de Petro sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado dijo la semana pasada en X que “se opondrá enérgicamente a proyectos recientes y próximos desembolsos por parte de BID y otras instituciones financieras internacionales para empresas estatales y controladas por el Gobierno chino en Colombia”.
“Estos proyectos ponen en peligro la seguridad de la región”, remarcó.
Días después, el secretario de Estado Marco Rubio acusó a China de dar “préstamos predatorios” en América Latina en lugar de ayuda humanitaria. “Son muy buenos (…) dándote un préstamo y luego manteniendo esa deuda sobre tu cabeza”, dijo ante el comité de Asuntos Exteriores del Senado.
En marzo, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Guo Jiakun, dijo que Estados Unidos difundía información falsa sobre las actividades comerciales chinas en América Latina, y acusó a Washington de sus propias “prácticas hegemónicas, intimidatorias y de explotación” en la región.
Durante una visita a Argentina en 2024, la entonces jefa del Comando Sur de EE.UU., la general Laura Richardson, criticó tanto la estación del Espacio Lejano que China opera en la Patagonia argentina, como los proyectos de Beijing en el extremo sur de Argentina y con miras a la Antártida.
Richardson se mostró preocupada especialmente por “una estación espacial profunda en Argentina, que proporciona a las Fuerzas Armadas de China capacidades globales de seguimiento y vigilancia espacial, que podrían traducirse en capacidades militares”.
China ha negado que detrás de los proyectos de infraestructura haya motivos de Defensa, y en un documento de 2016 sobre la relación con la región ha dicho que se basa en el
“respeto, igualdad, diversidad, beneficio mutuo, cooperación, apertura, inclusión e incondicionalidad”, e incluye el intercambio de tecnología militar.
Más recientemente, en el plan acción conjunta firmado entre China y la CELAC para los años 2022-2024, se establece la necesidad de cooperación para “combatir todas las formas de terrorismo y su financiación, así como el extremismo violento y la difusión de discursos de odio en el ciberespacio”.
Como indican los expertos, América Latina debería lograr ubicarse en una posición estratégica entre ambas potencias que le permita cuidar el vínculo con los que son sus dos mayores socios comerciales, más allá de la retórica política. Una eventual desescalada en la guerra arancelaria en la próxima etapa podría colaborar con ese objetivo.
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Con información de Nectar Gan, Simone McCarthy y Fernando Ramos, de CNN