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Los primeros 100 días del regreso de Trump: poder, protestas y polarización

Análisis de Tom Foreman, CNN

Con una altura de tres pisos, el inmenso globo de un hombre hinchado frunce el ceño ante la escena que tiene abajo. Con manos diminutas, un uniforme militar falso y un mechón de pelo amarillo, la parodia del presidente Donald Trump se balancea y se dobla con el viento como si estuviera perdiendo aire a medida que la multitud gana fuerza.

“¡No toques la democracia! ¡Alto al recorte de impuestos a los millonarios! ¡Trump traidor!”.

Miles de manifestantes se hacen oír a través de carteles y cánticos mientras invaden el centro de Los Ángeles. Protestas similares están surgiendo en todo el país. Es difícil saber cuántas, pero es fácil escuchar la furia.

“Resistan”, dice un cartel sostenido por una mujer de Pasadena. Y le dice a un equipo periodístico local de Fox: “He vivido 80 años y no puedo ver que mis nietos, mis bisnietos, vengan a un mundo como este, donde él está a cargo”.

El senador independiente Bernie Sanders, un líder progresista del demócrata Vermont, dijo en un mitin frente a una multitud en Idaho: “Estamos lidiando con un presidente que socava nuestra Constitución todos y cada uno de los días, que amenaza nuestra libertad de expresión y reunión, y cuyos agentes, en este preciso momento, están acorralando a personas inocentes en las calles. … ¡Lo que este tipo quiere es más y más poder!”.

Aunque el rechazo público contra Trump parece haber comenzado más tarde y ser más pequeño que en su primer mandato, se está intensificando. Servidores públicos demócratas electos por el voto están siendo reprendidos por sus electores por no contraatacar más, mientras que algunos legisladores republicanos se llevan la peor parte cuando sus electores los sorprenden al quejarse del presidente durante sus foros.

“¿Cómo se califica esta persona como cuerda?”, le grita una mujer al representante republicano Michael Baumgartner en Spokane, Washington. “¿Por qué no le hacen un juicio político en este momento?”.

“¡No estás haciendo tu trabajo!” y “¡Trump no está obedeciendo a la Corte Suprema!” son algunos de los desafíos lanzados contra el senador republicano Chuck Grassley en Iowa. Grassley responde: “Saben que la única herramienta… que la Constitución le otorga al Congreso con respecto a disciplinar al Poder Ejecutivo es a través de un juicio político”.

Un hombre que lleva una gorra de béisbol roja con las palabras “Make Lying Wrong Again” (“Que mentir sea mal visto de nuevo”) responde: “Y perdiste esa oportunidad en su primer gobierno”.

La indignación está mezclada con tal ponzoña que los líderes republicanos del Congreso aconsejan a sus miembros electos que eviten los foros públicos. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, también descarta la idea de que esta presión refleje que lo que está pasando en Washington sea impopular, alegando que se trata de “manifestantes pagados” sin presentar pruebas.

Si Trump se da cuenta o se preocupa por el malestar de sus aliados, no da ninguna señal. Sigue avanzando a golpes con su agenda política en el marco de sus primeros 100 días. En lo alto de esa lista está la venganza.

Justo antes de su victoria en noviembre, publicó en redes sociales sobre su preocupación por un fraude electoral prácticamente inexistente. “Abogados, operadores políticos, donantes, votantes ilegales y funcionarios electorales corruptos. Se buscará, detendrá y se procesará a aquellos involucrados en comportamientos inescrupulosos a niveles que, lamentablemente, nunca se habían visto en nuestro país”.

Algunos críticos vieron la declaración como el preludio de una campaña de represalias generales. La lista de presuntos enemigos potenciales es larga: legisladores y exfuncionarios que han liderado investigaciones sobre el ataque del 6 de enero de 2021, que lo han expuesto al escrutinio público o que simplemente lo han hecho quedar mal. Los demócratas Joe Biden, Kamala Harris y Hillary Clinton se encuentran entre ellos, al igual que los exrepresentantes republicanos Adam Kinzinger y Liz Cheney.

Miembros del propio equipo de Trump durante su primer mandato son posibles objetivos, a pesar de que a menudo se ha jactado de que se rodea “solo de las mejores y más serias personas”. Eso incluye al exsecretario de Estado Mike Pompeo, el exsecretario de Defensa Mark Esper, el exjefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, el exembajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas John Bolton y el rostro de la respuesta de salud pública al covid-19, el Dr. Anthony Fauci.

Trump tiene problemas con los fiscales que presentaron casos en su contra: el exfiscal especial Jack Smith, el fiscal del Distrito de Manhattan Alvin Bragg, la fiscal general de Nueva York Letitia James y la fiscal del Distrito del condado Fulton, Fani Willis.

La acción llega rápido. Trump retira las autorizaciones de seguridad y, en algunos casos, la protección a muchos de los que figuran en su lista, y presiona para que se lleven a cabo investigaciones amplias. Despide a la archivista de Estados Unidos después descargar su ira efervescente durante más de dos años debido a los cargos de que, como expresidente, no manejó bien los documentos clasificados del gobierno. Ella ni siquiera tenía ese cargo cuando le imputaron los cargos.

Trump le ordena a su secretario de Justicia que investigue a dos de sus exfuncionarios por no respaldar su afirmación, evidentemente falsa, de que le robaron las elecciones en 2020.

Trump arremete contra varios grandes bufetes de abogados que han representado a quien él percibe como enemigos políticos, cortándoles el acceso a oficinas y a funcionarios del gobierno federal. La medida hace imposible que representen a otros clientes que tienen negocios con el gobierno, y algunas firmas ceden, prometen contratar más personal republicano y donar cientos de millones de dólares en trabajo legal gratuito para causas que Trump apoya. Otros se atrincheran, contratan a un abogado defensor y refuerzan la broma de que MAGA significa Making Attorneys Get Attorneys (Hacer que los abogados contraten abogados)”.

Trump ataca a la educación superior, despojando de visas a cientos de estudiantes extranjeros y arrestando o deteniendo a otros a quienes acusa de apoyar al terrorismo, en algunos casos aparentemente tan solo por asistir a protestas propalestinas. Amenaza con retirar las subvenciones federales de investigación a menos que las universidades ajusten sus políticas a su gusto, especialmente en lo que respecta a las admisiones, los programas de diversidad y los roles de género en los deportes. Las universidades privadas de mayor prestigio, comúnmente llamadas Ivy League, son fuertemente atacadas, y algunas hacen un trato.

Sin embargo, Harvard con miles de millones en fondos federales en juego, toma una postura diferente. El Gobierno congela US $2.200 millones en subvenciones multianuales a Harvard, después de que esta rechazó las demandas de políticas del Gobierno.

Harvard luego demanda a la administración, alegando que el gobierno está violando sus derechos constitucionales.

“Ningún gobierno, independientemente del partido que esté en el poder, debe dictar qué pueden enseñar las universidades privadas, a quién pueden admitir y contratar, y qué áreas de estudio e investigación pueden explorar”, escribe el presidente de Harvard, Alan Garber, a la comunidad escolar.

El enfoque de la Casa Blanca de amenazar con acciones legales para forzar a que se acepten términos onerosos provoca acusaciones extraoficiales de extorsión por parte de algunos observadores. Pero con un Departamento de Justicia que se pliega completamente a la voluntad de Trump y la Corte Suprema que dictamina que los presidentes tienen amplia inmunidad, no está claro a dónde puede llegar tal acusación.

La administración Trump sigue presionando y demanda al estado de Maine por permitir que los atletas transgénero participen en deportes escolares. El tema se avivó semanas antes cuando Trump confrontó a la gobernadora demócrata Janet Mills en una reunión de gobernadores y le exigió que obedeciera su decreto que prohíbe a las mujeres transgénero competir en deportes femeninos. Para su consternación, ella le respondió: “Nos vemos en el tribunal”.

Trump arremete contra los medios de comunicación, haciendo públicas sus quejas descritas en demandas contra las principales cadenas de televisión y medios locales, alegando que recibe una cobertura injusta. Al dar un discurso en el Departamento de Justicia, llamó “corruptos” a varios medios de comunicación convencionales, y agregó: “Lo que hacen es totalmente ilegal. Solo espero que todos estén pendientes para verlo, pero es totalmente ilegal”.

Una vez más, algunos llegan a acuerdos en las demandas que ha presentado contra ellos, mientras que otros contratan a abogados y se preparan para la batalla. La Oficina de Prensa de la Casa Blanca anuncia nuevas reglas que reafirman el control sobre qué medios de comunicación tienen lugares prémium para el acceso presidencial, excluyendo a algunas organizaciones de medios convencionales. Mientras que algunos medios mucho más pequeños, favorables a Trump, ganan una nueva prominencia en el orden jerárquico. La agencia internacional Associated Press fue expulsada porque no estaba dispuesta a cambiar su manual de estilo, y estándar de la industria, para llamar al golfo de México, el golfo de Estados Unidos, lo que desató una batalla legal.

La ira hirviente y la sed de venganza de Trump son tan evidentes que cuando una electora le dice a la senadora Lisa Murkowski que tiene miedo del clima político, la republicana de Alaska da esta sorprendente respuesta.

“Todos tenemos miedo”, dice. “A menudo me pongo muy ansiosa si expreso lo que pienso, porque las represalias son reales. Y eso no está bien. Pero eso es lo que me han pedido que haga, así que voy a usar mi voz lo mejor que pueda”, abundó.

Maggie Haberman, del New York Times, que ha cubierto a Trump durante décadas, observa la “gira de la venganza” y dice: “Creo que ha habido una evolución en la manera en que está usando las palancas del gobierno”. Ella resalta la forma en que él personalmente está atacando a las personas y solicitando investigaciones, añadiendo que: “esa es una pasada de la raya que no habíamos visto antes”.

Aun así, para muchos partidarios de Trump, los primeros 100 días han producido exactamente los resultados por los que han votado y rezado. Durante décadas, muchos se han quejado de que nada cambia realmente, incluso cuando los republicanos tienen todos los escaños de influencia. Un estribillo de la derecha política en todos esos largos y frustrantes años fue que la izquierda, el centro y los tribunales siempre estaban diluyendo, erosionando y dejando de lado la legislación conservadora. La voluntad de Trump de romper las normas, incluso si eso significa desafiar al Congreso y aparentemente eludir los tribunales, lo ha convertido en el campeón que la derecha ha querido, y está siendo recompensado.

Una encuesta de NBC News halló que el 71 % de los votantes republicanos inscritos ahora se llaman a sí mismos MAGA. Esa es una expansión de su base, y ha aumentado la proporción de votantes que se identifican con MAGA al 36%, en comparación con el 27% de los encuestados el año pasado y el 23% del año anterior.

Pero MAGA sigue siendo poco más de un tercio del electorado.

Más allá de los fieles, los resultados de Trump en las encuestas son muy malos. El presidente está muy ocupado afirmando falsamente que los precios de la gasolina y los alimentos han bajado drásticamente. Sin embargo, una encuesta de CBS News/YouGov reflejó un aumento a 53% de los votantes encuestados que piensan que la situación financiera de Estados Unidos está empeorando con Trump en la presidencia. De marzo a abril, los votantes han pasado más de un 2 a 1 en culpar al expresidente Joe Biden por el estado de la economía a culpar a Trump.

“Los estadounidenses no están comprando lo que Donald Trump les está vendiendo”, dice el analista jefe de datos de CNN, Harry Enten. “Los estadounidenses han cambiado de inmediato su percepción de la situación de la economía, cuando se refiere a Donald Trump, en gran parte es debido a los aranceles, que cada vez les gustan menos”.

Una encuesta de CNN/SSRI publicada el 27 de abril muestra que los índices de aprobación de Trump en temas económicos han caído notablemente desde principios de marzo. En cuanto a la inflación, su aprobación ha bajado 9 puntos, hasta el 35%, y en cuanto a los aranceles, como tal, ha bajado 4 puntos, hasta el 35%.

Cuando el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, repite la advertencia de que los planes arancelarios de Trump probablemente aumentarán la inflación y ralentizarán la economía, el presidente se pone furibundo. Ha querido que la Fed ajuste las tasas de interés, aparentemente para compensar los problemas económicos que él mismo ha provocado. El presidente ha impulsado la idea de despedir a Powell antes de que concluya su presidencia en mayo de 2026, y aunque los tribunales aún no han decidido si Trump tiene ese poder, ahora dice: “El despido no puede llegar lo suficientemente rápido”.

Continuará cambiando su retórica, diciendo que no tiene “ninguna intención” de despedir a Powell después de que los asesores le advirtieran que despedir al jefe del banco central de Estados Unidos sería contraproducente legal y económicamente, antes de atacarlo nuevamente al día siguiente.

Pero no pide que se despida a nadie ni siquiera tras el mayor escándalo de su incipiente mandato a mediados de marzo. Mientras los aviones de combate estadounidenses se preparaban para lanzar un ataque contra los rebeldes hutíes en Yemen, el secretario de Defensa, Pete Hegseth; el asesor de seguridad nacional, Mike Waltz, el vicepresidente J. D. Vance y otros funcionarios conversaban en una aplicación de mensajería llamada Signal. Escribieron abiertamente sobre detalles delicados, incluidas las armas y los tiempos de ataque, sin saber que Waltz agregó al editor en jefe de The Atlantic al chat.

Waltz dice que no sabe cómo sucedió, pero algunos miembros del Congreso lo consideran una grave violación de seguridad. Trump y sus defensores lo desestiman como ahogarse en un vaso de agua, y dirige la mayor parte de su desdén al periodista Jeffrey Goldberg, a quien detesta, en parte, porque en el pasado publicó historias desfavorables del presidente. Una historia similar surge en torno a Hegseth, que compartió esa información confidencial en un segundo chat de Signal que incluía a su esposa y hermano.

Pero los problemas económicos siguen ocupando los titulares. Y a medida que sus promesas de campaña de bajar los precios de manera instantánea no se materializan, las apariciones de Trump en una Oficina Oval muy redecorada con herrajes dorados les parece fuera de lugar y alejado de la realidad a algunos críticos. Él no se inmuta. También planea pavimentar el icónico Jardín de Rosas para crear un patio como el que tiene en Mar-a-Lago y habla de construir un salón de baile de la Casa Blanca con un costo de US$ 100 millones.

Él y sus acólitos les dicen a los estadounidenses que puede haber un poco de sufrimiento antes de que llegue la riqueza estadounidense que promete con los aranceles. Su partido gira de manera instantánea hacia un nuevo mensaje.

“Lograr un cambio transformador va a llevar algún tiempo”, dice la representante republicana Lisa McClain, de Michigan, y defiende a Trump contras las críticas que le hacen de que hizo el truco de ofrecer algo y luego cambiarlo, agrega: “Depende del cristal con que se mire”.

Uno de los discursos más llamativos desde que Trump asumió de nuevo el cargo de presidente de Estados Unidos no provino de él. O de un senador. O de otra persona en Washington. Se produjo a tan solo 3 kilómetros de distancia de la tumba donde fue enterrado el presidente Abraham Lincoln, después de ser asesinado a raíz de la devastadora Guerra Civil de Estados Unidos.

En el Capitolio de Illinois, en febrero, el gobernador demócrata J. B. Pritzker dio su discurso anual ante la Asamblea General del estado, repasando los asuntos estatales.

Luego habló de Trump. Pritzker señaló que, como judío estadounidense, siempre tiene presente el recuerdo de la intolerancia en la época de la Alemania nazi. Entonces dijo esto: “Solo tengo una pregunta: ¿Qué viene después? Después de que hayamos discriminado, deportado o menospreciado a todos los inmigrantes y a los gays, lesbianas y personas transgénero, a los discapacitados, a las mujeres y a las minorías, una vez que hayamos condenado al ostracismo a nuestros vecinos y traicionado a nuestros amigos, después de eso, cuando los problemas con los que empezamos todavía están ahí mirándonos a la cara, ¿qué vendrá después?”.

La desconcertante velocidad de los cambios bajo esta nueva administración ha hecho que sea difícil para muchos votantes recordar lo que sucedió incluso hace una semana, y mucho menos desde la toma de posesión.

Sin embargo, es relativamente fácil ver que Trump ha cambiado el panorama político, social y legal del país de maneras que pocos creían posibles, tanto así que algunos demócratas, republicanos e independientes hablan de que el país pronto será irreconocible. Algunos lo esperan. Algunos lo temen. Las reformas de Trump pueden ser borradas por los tribunales, la protesta pública o por futuras elecciones —tal vez rápidamente, tal vez lentamente. O pueden convertirse en los nuevos estándares de vida en este país. La única constante para los votantes de ambos lados del abismo político que atraviesa estados, comunidades y familias parece ser una incertidumbre persistente.

Después de 100 días, ¿qué pasará después?

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Kaanita Iyer contribuyó a esta publicación

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