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Los multimillonarios de la Casa Blanca no tienen idea de cómo viven los estadounidenses (y no parece importarles)

Análisis de Allison Morrow, CNN

Tener a millonarios al mando del Gobierno genera todo tipo de inquietudes sobre la posibilidad de corrupción, una preocupación real (y bien documentada) en torno a la administración de Trump, dados los negocios paralelos del presidente con criptomonedas, un gabinete repleto de multimillonarios y la falta general de respeto por el Estado de derecho.

Sin embargo, debajo de esas elevadas cuestiones de ética se encuentra un problema más básico: estos individuos están desconectados. Especialmente con los votantes que dejaron claro que su preocupación número uno era el costo de vida en Estados Unidos.

El mundo tuvo un vistazo dentro de la burbuja dorada de la administración el miércoles, cuando el presidente Donald Trump desestimó con ligereza las preocupaciones sobre sus aranceles que podrían llevar a estantes vacíos y escasez: “Tal vez las niñas tendrán dos muñecas en lugar de 30, ¿saben?”, dijo en una reunión del gabinete. “Y tal vez las dos muñecas costarán un par de dólares más de lo que costarían normalmente”.

Ese mensaje de austeridad proviene de un magnate de clubes de golf y casinos que está tan obsesionado con la decoración opulenta que, según se informa, tiene a un “hombre del oro” cubriendo de acabados los accesorios y muebles de la Casa Blanca, todo mientras gasta dinero de los contribuyentes en viajes regulares de fin de semana a su club social privado en Florida.

El comentario sobre las muñecas también fue notable porque fue un raro reconocimiento de una realidad que el presidente ha negado durante mucho tiempo: sus políticas arancelarias crearán escasez y aumentarán los precios.

Los juguetes son particularmente vulnerables, debido a que casi el 80 % de todos los juguetes vendidos en EE.UU. se fabrican en China, informó mi colega Elisabeth Buchwald. La mayoría de los vendedores de juguetes en EE.UU. se enfrentan a dos opciones drásticas: aumentar los precios minoristas para compensar el impuesto del 145 % que Trump les obliga a pagar por los productos chinos o dejar de importar y potencialmente cerrar el negocio.

Y aunque Trump pueda pensar en los juguetes para niños como gastos frívolos de los que los estadounidenses pueden prescindir fácilmente, olvida que en realidad son importantes. Puede que seamos un pueblo materialista e indulgente, señor presidente, pero también somos el motor de la mayor economía del mundo.

El desliz de Trump sobre las muñecas no fue el primer momento de “que coman pastel” para la administración. En marzo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent (con un patrimonio neto estimado de US$ 520 millones), recibió críticas por su afirmación de que “el acceso a bienes baratos no es la esencia del sueño americano”.

Tal vez no. Sin embargo, en los últimos 25 años, cosas baratas como juguetes, ropa, automóviles, televisiones, teléfonos inteligentes y otros bienes cotidianos que alguna vez se consideraron lujos se han vuelto más asequibles y omnipresentes. Al mismo tiempo, otros elementos esenciales se han vuelto sorprendentemente caros. La vivienda, la comida, la atención médica y la matrícula universitaria han aumentado a niveles récord y ahora son la fuente de las ansiedades compartidas que definen a la clase media estadounidense. Esa dicotomía se ilustra en un gráfico ampliamente difundido por el economista Mark J. Perry.

El problema es que la agenda arancelaria del Gobierno no hace nada para reducir los costos de las visitas al hospital, la vivienda o la educación superior. Si esas cosas no son esenciales para el sueño americano, no estoy segura de qué lo es.

En otro momento revelador esta semana, el secretario de Comercio, Howard Lutnick (con un patrimonio neto estimado de US$ 1.900 millones), apareció en CNBC para presentar la visión de la Casa Blanca sobre los “oficios” del futuro.

“Este es el nuevo modelo donde trabajas en este tipo de plantas por el resto de tu vida, y tus hijos trabajan aquí, y tus nietos trabajan aquí”.

La declaración refleja una especie de noción romántica de los años 50 sobre el trabajo en fábricas a la que Trump (con un patrimonio neto estimado de US$ 6.500 millones) alude con frecuencia.

Es una fantasía. Algunos de los empleos que Trump quiere “traer de vuelta” a Estados Unidos probablemente serían los tipos de puestos bien remunerados y altamente automatizados que ya existen en la industria manufacturera estadounidense. Pero esa no es la realidad de la mayoría del trabajo en fábricas del mundo. Es improbable que nadie en la administración de Trump presione a sus hijos para que trabajen en fábricas; de hecho, Lutnick recientemente cedió las riendas de su firma de inversiones a sus hijos de 27 y 28 años, Brandon y Kyle.

Sin embargo, más concretamente, la mayoría de los estadounidenses simplemente no quieren ese tipo de trabajo. Según una encuesta reciente de CNN, el 73 % de los encuestados preferiría trabajar en una oficina que en la industria manufacturera.

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