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Huyó de El Salvador en 1979, abrió un supermercado en EE.UU. que emplea a muchos inmigrantes y hoy todo es incertidumbre

Por Ione Molinares, CNN en Español

Carlos Castro estaba esperando con ansias la celebración de los 34 años de TODOS Supermarket, la empresa que creó con mucho esfuerzo en Woodbridge, en el norte del estado de Virginia, muy cerca de la ciudad de Washington, y que le permitió dar trabajo a cientos de inmigrantes que, como él, buscaron una vida mejor en Estados Unidos. Sin embargo, los preparativos del festejo se ven empañados en el marco del miedo a las redadas por la política contra la inmigración de la administración de Donald Trump

“Quiero celebrarlo en grande, pero tengo miedo también de hacer mucha bulla, ¿no? Uno nunca sabe qué es lo que va a traer”, le dice Castro a CNN.

Su negocio se enfrenta hoy a serias dificultades. Hace varias semanas se quedó sin panaderos y carniceros en sus supermercados. Se fueron cuando el Gobierno anunció la eliminación de las visas temporales humanitarias, que les permitían trabajar legalmente. No ha encontrado quién los reemplace: son oficios que requieren un entrenamiento específico y que pocos quieren hacer, dice.

El caso de Castro ilustra lo que muchos comercios están viviendo desde que se endureció la política migratoria en Estados Unidos, con el segundo mandato de Trump.

Entre los 740.000 beneficiarios de visas humanitarias —entre ellas el “parole”, un permiso temporal concedido durante el Gobierno de Biden a medio millón de personas de Cuba, Venezuela, Haití y Nicaragua— al menos 80.000 trabajaban en el sector del comercio y ventas, según una evaluación de FWD.US, organización no gubernamental que promueve el bipartidismo.

Y esta situación también se refleja en los propietarios de los comercios. Según la oficina del Censo de EE.UU., en 2021 había aproximadamente 406.086 empresas empleadoras de propiedad hispana en Estados Unidos.

“Estas empresas, que representan aproximadamente el 7,1% de todas las empresas empleadoras del país, contribuyen significativamente a la economía estadounidense, generando más de US$ 800.000 millones en ingresos anuales y empleando a millones de trabajadores”, dice el Censo.

La situación que viven hoy los trabajadores inmigrantes no le es ajena a Castro. Oriundo de El Salvador, donde trabajaba en una maquila, cruzó la frontera con un coyote, junto a su esposa y un hijo de 1 año, en 1979.

Fueron detenidos en Texas. Durante el tiempo que permaneció detenido, trabajó como lavaplatos y ayudante de cocina, por lo que le pagaron US$ 45. Un mes y medio más tarde, Castro fue deportado. Sin embargo, él decidió insistir en su “sueño americano” y regresó a Estados Unidos, esta vez solo, unas semanas después.

Castro cuenta que, esta vez, pudo pasar sin problemas. “Me ayudó mucha gente. Estaba de Dios yo creo”. Primero se instaló en California. Meses después, un amigo de la infancia lo recibió en Washington.

Allí, trabajó durante unos meses en un restaurante, y luego cinco años en la construcción. Uno de sus jefes lo ayudó a sacar la visa y finalmente su esposa e hijo volvieron a cruzar la frontera y llegaron también a Washington.

Con la familia reunida, la vida de Castro fue mejorando y en 1990 decidió comenzar “su aventura” y creó TODOS Supermarket.

El negocio de Castro logró prosperar y proveer de empleo a otras familias. Pero ahora, la situación está tensa. Castro dice que hay más presión para su negocio: “Ahora la gente tiene que hacer cola más tiempo, se desesperan y se van, y no compran, a largo plazo esto, que parece localizado en una empresa como esta. En realidad, es un gran daño a largo plazo a la economía”.

La incertidumbre crece. La volatilidad de la política arancelaria del Gobierno de Trump tiene a comercios como su supermercado buscando ajustarse a la nueva realidad en la que, por ejemplo, debe cambiar precios de productos varias veces. Eso lleva a mayores gastos en rollos de adhesivos y el tiempo que exige actualizar las etiquetas, algo que nunca fue preocupación.

Por eso, invierte en la modernización. “Tenemos que invertir casi US$ 300.000 para poner esto de manera electrónica, que se pueda controlar desde la computadora”, dice Castro. Esto, dice, representará otro golpe: tendrá que reducir su personal y hacer una inversión que asegura que le tomaría de 6 a 7 años en recuperar.

Aunque ahora no está seguro de que pueda recuperarla tan rápido. Los clientes siguen llegando, a pesar del pánico por las redadas del Gobierno, pero sí nota también que están siendo más selectivos y adquiriendo cada vez menos productos.

Mientras mira precios, una clienta, por ejemplo, quien no quiso dar su nombre por temor, dijo que compra lo necesario. “Pero ya sabe, uno se mantiene a veces buscando y rebuscando por otro lado. Y en las iglesias a veces dan comida, también eso ayuda”, dice. “Uno va también a las iglesias a buscar sus verduras y sus cosas para uno poder ajustar, porque, si no, no se podría”.

Según Castro, es la primera vez en 35 años de altibajos que duda del futuro de su negocio. Ni la pandemia de covid-19, ni otros momentos donde el sentimiento antinmigrante ha generado tensiones en Virginia en el pasado, habían generado este nivel de incertidumbre. “Realmente uno se siente orgulloso de ser empresario, de producir empleo, producir riqueza, tener su equipo y tenerlo como familia. Pero aun así, ya siento que estar en el negocio… como que a lo mejor, ya no”.

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