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Primero, Trump apuntó a los cárteles de la droga de México. Ahora va contra los músicos que cantan sobre ellos

Por Max Saltman y Gustavo Valdés, CNN

Es sábado por la noche en un bar de una azotea del centro de Atlanta, y el grupo Orden Activa está a punto de tocar una balada mexicana.

Lo que parecía un público tímido y reservado se transforma de repente cuando empiezan los acordes iniciales de la polca trotona. El público se pone de pie y canta en español mientras la pista de baile se disuelve en un mar de sombreros de vaquero:

Soy el señor de los gallos

El del cártel jalisciense

Tengo gallos de pelea

Que pelean por mi partido

Con sus suaves movimientos de cabeza, sus chaquetas de cuero a juego y sus sonrisas cómplices, su actuación apenas suscita polémica, o al menos no para el observador casual.

Sin embargo, el mes pasado, a un grupo que cantaba la misma canción —“El del Palenque— se le prohibió la entrada en Estados Unidos en una medida sin precedentes que, según los críticos, plantea cuestiones preocupantes sobre la libertad de expresión en el país.

¿Su transgresión, según el Departamento de Estado? “Glorificar (a un) capo de la droga”.

La canción es un narcocorrido: una balada sobre el submundo del narcotráfico. El grupo que la compuso, Los Alegres del Barranco, se metió en un buen lío con las autoridades estadounidenses y mexicanas cuando interpretó la canción en la ciudad mexicana de Zapopan, en Jalisco.

Esa actuación, en la que el grupo cantaba sobre las hazañas de El Mencho, el líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación, delante de un retrato suyo en caricatura, no solo puso fin a los planes de la banda de realizar una gira por Estados Unidos, sino que los convirtió en objeto de una investigación penal en su propio país.

Como uno de los seis cárteles mexicanos de la droga que la administración Trump ha declarado Organizaciones Terroristas Extranjeras, el Cártel de Jalisco se encuentra en el centro de las crecientes tensiones entre México y Estados Unidos por la delincuencia transfronteriza. Las autoridades de ambos países tomaron medidas cuando se viralizó el video del concierto.

El local donde actuaron Los Alegres del Barranco se disculpó rápidamente; la Fiscalía de Jalisco se comprometió a investigar; y la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, advirtió que el grupo podría haber infringido la ley. El Departamento de Estado de EE.UU. les retiró el visado.

“Lo último que necesitamos es una alfombra de bienvenida para personas que ensalzan a criminales y terroristas”, dijo el subsecretario de Estado, Christopher Landau, en una publicación en X. “En la administración Trump, nos tomamos en serio nuestra responsabilidad sobre el acceso de extranjeros a nuestro país”, agregó. La banda se disculpó en Facebook al día siguiente.

Si bien las canciones sobre el narcotráfico han sido censuradas de vez en cuando en México durante años, observadores dicen que la creciente presión de la administración Trump para tomar medidas drásticas contra los cárteles ha alimentado una nueva ola de prohibiciones a la interpretación pública de narcocorridos en varios estados mexicanos. Aún más preocupante, dicen, son los signos de que las bandas mexicanas están empezando a autocensurarse por temor a que molestar a las autoridades estadounidenses pueda comprometer su capacidad para hacer giras.

Es la primera vez que el Departamento de Estado castiga de esta manera a un grupo mexicano, según Elijah Wald, autor de una guía del género en inglés. Algunos críticos lo pintan como la última medida en contra de México de la administración Trump, que ya ha tensado los lazos con sus medidas enérgicas contra la inmigración y sus políticas arancelarias.

“(Estas bandas) se han salvado hasta ahora por el hecho de que nadie hablaba español”, dijo Wald. “Y cuando digo ‘nadie’, me refiero a la gente que está imponiendo este tipo de tonterías. Obviamente, la revocación de visados tiene muy poco que ver con las canciones. Tiene que ver con una política de revocación de visados”.

Preguntado por Los Alegres del Barranco, el Departamento de Estado dijo a CNN que no podían hablar de casos individuales.

La sanción del Departamento de Estado puede haber arruinado la gira de Los Alegres del Barranco por EE.UU., pero no ha hecho mella en la popularidad del grupo ni del género. En todo caso, ha dado un impulso a ambos.

Las cifras de Billboard muestran que el grupo ha conseguido más de 2 millones de nuevas escuchas en los servicios de streaming, prueba, si es que se necesitaba alguna, del perdurable atractivo moderno de un género arraigado en la música folk del siglo XIX, que durante mucho tiempo ha idealizado a forajidos, marginados y desamparados.

Los primeros corridos o baladas celebraban las hazañas de “bandidos famosos, generales, a veces caballos, a veces también gallos de pelea”, según Sam Quinones, un escritor que cubre la música y el tráfico de drogas en México y California.

“Era casi como un periódico musical”, dijo Quinones. “Se convirtió en una especie de género muy arraigado de la música popular”.

Durante la Ley Seca en la década de 1920, un nuevo subgénero —el narcocorrido— surgió para contar las historias de quienes contrabandeaban alcohol ilícito de México a Estados Unidos, explicó el autor Wald.

Un siglo después, ese subgénero sigue en auge. El artista musical más popular entre los usuarios estadounidenses de YouTube en 2023 no fue Taylor Swift, sino el cantante de narcocorridos Peso Pluma.

Pero los expertos afirman que se produjo un cambio cultural cuando los narcotraficantes empezaron a pagar a los músicos para que escribieran canciones sobre ellos mismos a mediados de la década de 1980, cuando el legendario “rey de los corridos” Chalino Sánchez empezó a aceptar encargos.

“No fue necesariamente el primero, pero sí la figura clave de ese cambio, que modificó significativamente la economía del negocio”, dijo Wald. “Significó que cualquiera con dinero podía encargar un corrido elogioso”.

Desde entonces, muchos cantantes y grupos “han sido patrocinados o han actuado para figuras específicas del mundo del narco, y se piensa que están alineados con determinados cárteles”, dijo Wald, lo que lleva a una situación que es “definitivamente peligrosa para los artistas”.

Un ejemplo: Chalino Sánchez murió a tiros tras un concierto en Sinaloa en 1992. Su asesinato sigue sin resolverse.

Algunos aficionados, como Quinones —que está escribiendo una biografía de Sánchez— critican este cambio.

“El corrido solía tratar de un hombre sencillo que se enfrentaba al poder, sabiendo que estaba condenado, sabiendo que iba a morir y luchando de todos modos”, afirma Quinones. “Se corrompió, en mi opinión, cuando se convirtió en una alabanza al poder, en una alabanza a estos hombres sanguinarios con enorme poder que mataban sin sentido”.

Otros, sin embargo, rechazan la idea de que los narcocorridos fomenten la violencia y el crimen que retratan, comparándolos con el gangster rap, los videojuegos o películas como “El Padrino”.

“La gente dice: ‘Oh, padres, no dejen que sus hijos jueguen al Call of Duty, o de mayor se convertirá en un atacante armado’”, afirma Ray Mancias, un guitarrista de 19 años que se presentó después de Orden Activa en el concierto de Atlanta.

“Creo que esa es la forma en que están viendo (los narcocorridos) también. Piensan que si todos estos chicos siguen escuchándolos, se verán influidos por ellos y empezarán a hacerlo. Pero al fin y al cabo, la forma en que creces es la de tus padres. Ninguna música va a cambiar eso”.

Noel Flores, uno de los dos cantantes de Orden Activa, señala que las autoridades que intentan prohibir los narcocorridos corren el riesgo de dispararse en el pie.

“Eso solo hará que la gente lo quiera más”, dice Flores.

Mientras que algunos estados mexicanos han intentado prohibir las canciones, y el Departamento de Estado de EE.UU. a sus cantantes, la presidenta de México, Sheinbaum, ha adoptado un enfoque más suave, descartando una prohibición a escala nacional y proponiendo en su lugar que el gobierno promueva la música sobre la paz y el amor como alternativa, una postura que ha provocado algunas burlas.

“Está intentando la cómica alternativa de patrocinar música agradable para que la gente la escuche, lo cual es encantador”, dijo Wald. “Pero no, eso no va a funcionar”.

Por supuesto, si las autoridades no encuentran una salida al debate, no solo perderán las bandas, también los fans, tanto en México como en Estados Unidos.

“Con todo lo que está pasando con (Trump), como mexicano, cancelar corridos nos hace sentir ‘menos’”, dijo Emmanuel González, quien asistió al concierto en Atlanta.

Otros aficionados han sido más revoltosos con la idea de cancelar corridos.

Cuando el cantante Luis R. Conríquez se negó a tocar música relacionada con las drogas en un concierto celebrado en abril en Texcoco, en el Estado de México, alegando una prohibición local, dijo al público que abucheaba: “Esta noche no hay corridos. ¿Nos vamos a casa?”.

Ellos respondieron destrozando el escenario. (Conríquez defendió luego su decisión, diciendo que “debe seguir las nuevas reglas que el gobierno ha establecido con respecto a los corridos”).

Oswaldo Zavala, profesor de literatura y experto en narcocultura, afirma que muchos músicos se autocensuran no por deferencia a las autoridades mexicanas, sino “en respuesta a la presidencia de Donald Trump… el miedo a que (Trump) pueda revocarles los visados que les permiten actuar y producir su música en Estados Unidos”.

Unos días después de su concierto en Atlanta, Orden Activa publicó un video de su actuación junto a la leyenda: “A ver si no nos quitan el visado. No se crean que es una broma”.

Aun así, en medio de los temores, hay quienes se consuelan con la ironía de que llevar a la clandestinidad una forma de música que siempre ha celebrado a los forajidos probablemente solo la hará más popular.

Como dice Violet Uresti, otra de las asistentes al concierto en Atlanta: “Me gusta el ambiente. Me gusta cómo une a la gente. Si la prohíben, la seguiremos escuchando”.

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